Jeison Rondón.
Aquel 20 de octubre de 2012 Hugo Chávez lanzaba varías advertencias en la intención de abrir un debate sobre los lineamientos profundos del proceso bolivariano, debate no continuado, interrumpido prematuramente con la muerte del líder de la revolución, pero de tal vigencia que insurge hoy como la justa señal de los temas centrales no resueltos de la revolución bolivariana. Chávez aborda los problemas del estancamiento de la construcción socialista en el momento de mayor auge de masas y de legitimidad gubernamental del movimiento. Las transformaciones se realizaban a un paso mucho menor del necesario y con una tibieza que no ayudaba al transito a un punto de no retorno; la consecución de las metas se veía lejana y poco clara. El discurso de esa noche ha pasado a conocerse como “Golpe de Timón” por la razón de representar un viraje necesario en las formas y métodos de la revolución para adaptarlos a la real concreción del contenido de la misma.
“El patrón de medición -dice Mészáros- de los logros socialistas es: hasta qué grado las medidas y políticas adoptadas contribuyen activamente a la constitución y consolidación bien arraigada de un modo sustancialmente democrático, de control social y autogestión general.”
El carácter irrevocablemente democrático del socialismo es el punto de arranque del análisis que lleva a señalar los límites absolutos de su construcción desde el aparato del Estado, del socialismo “desde arriba”. Límites críticos en los que el movimiento se expone a desviaciones señaladas por Chávez:
-El pragmatismo: La praxis social no es cosa sólo de hechos tangibles, también se encuentra influenciada de manera profunda, subterránea, por el desarrollo objetivo de los intereses de clase. Una revolución es un acto transformador que cuestiona la realidad planificadamente en base a una estrategia y una táctica. Las acciones de un movimiento revolucionario son inseparables de su reflexión; la teoría es práctica previa concentrada y a la vez anticipo de la práctica futura. El Pragmatismo es el vicio de la disociación total entre teoría y práctica y la priorización absoluta de esta última. El pragmático no cuestiona la realidad sino muy superficialmente, para él todo hecho es verdadero, “neutral” y “natural”. El pragmático reclama hechos, pero es incapaz de comprenderlos, menos aún de dirigirlos, siempre será un improvisado azaroso. Pongamos el diáfano ejemplo utilizado por Chávez mismo:
“Creemos que la carretera es el objetivo, ¿será el ferrocarril el objetivo?, ¿será la carretera el objetivo? […] Ustedes saben, la carretera vista desde el punto de vista del capitalismo, ¿a quién beneficia más la carretera? Al latifundista que ahora va a sacar más ganado y va a bajar los costos.
“El pata en el suelo a lo mejor se beneficiará, porque quizás, si tiene bicicleta, una bicha vieja, va a poder andar en bicicleta por la carretera en pedacitos para ir al otro pueblo, o a caminar por la carretera, ese es el beneficio que le trae al pata en el suelo, al explotado; en cambio, al que tiene un hato, una hacienda y unos camiones, le beneficia un millón de veces más que al pata en el suelo.
“Entonces, con la carretera, desde el punto de vista tradicional, lo que estamos haciendo es ampliar la brecha y no nos damos cuenta muchas veces cuál debe ser entonces la fórmula.”
Lo anterior también aplica al movimiento popular implicado en el esfuerzo comunal. ¿Basta registrar una instancia local ante las instituciones? ¿Cual es la relación con éstas? ¿De subordinación o de combativo forcejeo por despojarles de las competencias en la toma de decisiones? ¿La economía popular es control del pueblo trabajador sobre los medios de producción y distribución o solamente la economía marginal de los miserables organizados en la periferia para no molestar al capital? ¿Cómo se hace respetar el Poder Popular? ¿Por el ejercicio de la fuerza o por ensalmo de los buenos deseos?
-El localismo:
“...Ahora, compañeros, compañeras, camaradas, si este elemento no formara parte de un plan sistemático, de creación de lo nuevo, como una red, esto sería A y esto sería B, esto sería C, D, E, etc., y una red que vaya como una gigantesca telaraña cubriendo el territorio de lo nuevo, sino fuera así, esto estaría condenado al fracaso; esto sería absorbido por el sistema viejo, se lo traga, es una gigantesca amiba, es un monstruo el capitalismo.”
El localismo es expresión del egoísmo del “sálvese quien pueda” que desvía las luchas del camino del poder y las condena a vegetar sin rumbo ni futuro. “Lo local, confinado sólo a lo local es contrarrevolucionario” había declarado Chávez tiempo atrás. El reclamo de Chávez va dirigido a aquellas experiencias que aún mostrando una cara muy fresca y novedosa no tienen capacidad de incidencia alguna en el tejido social ni la fecundidad de alumbrar nuevas y estables formas de vida, de un nuevo metabolismo social, terminado por ser precarias burbujas dependientes del estado.
-El formalismo:
“A veces podemos caer en la ilusión de que por llamar, yo soy enemigo de que le pongamos a todo ‘socialista’, estadio socialista, avenida socialista, ¡qué avenida socialista, chico!; ya eso es sospechoso. [...] Eso es sospechoso, porque uno puede pensar que con eso, el que lo hace cree que ya, listo, ya cumplí, ya le puse socialista, listo; le cambié el nombre, ya está listo.”
El pragmático nunca acierta a entender la esencia de las cosas, piensa, por ejemplo, que la economía, el estado y las instituciones del capital están bien, porque “hacen”, y sólo basta con cambiar a los responsables o asignarles nombres nuevos a los trastos viejos. En este mismo error se van por las ramas y señalan fuera de foco, que el problema no es el capitalismo sino sus formas, que si la fábrica, que el dólar, que las mercancías, que las modas extranjeras, etc. pero jamás se señalan las raíces de la dominación y la dependencia. También se cuentan aquellos que han transformado la revolución única y exclusivamente en asunto de legislación, de abogados y constitucionalistas y que esperan del “espíritu de las leyes” la realización de verdaderos milagros.
-El liquidacionismo:
“Cuidado, si no nos damos cuenta de esto, estamos liquidados y no sólo estamos liquidados, seríamos nosotros los liquidadores de este proyecto.”
El pragmatismo desenfrenado conduce a la liquidación de las revoluciones. Burocratiza los procesos, pues en el predominio de los hechos por los hechos, del localismo y del formalismo, las acciones pasan a ser trámites y los liderazgos jefaturas. La consciencia va siendo relegada del mando por la rutina y la lealtad mecánica. Pragmatismo y burocratización van a la par, se imbrican y alimentan mutuamente, y conducen por igual a la fosilización de las revoluciones.
Aquí hay que distinguir al liquidador del liquidacionista. El primero, muchas veces desorientado por el pragmatismo, el localismo y el formalismo cree estar haciendo lo correcto, que empuja el carro en el sentido indicado, pero en realidad ayuda en su andar irreflexivo a la destrucción del proyecto. Muchos son compañeros comprometidos, de sentimiento pero inconsciente, que se han habituado a la no participación, al no debate y al acatamiento de ordenes, constituyendo su accionar, sépanlo o no, un elemento contrario a la democratización que propugnaba Chávez.
El liquidacionista es por su parte el partidario abierto y consciente de la liquidación, su promotor y beneficiario, la etapa superior del pragmatismo. “El movimiento lo es todo, los fines no son nada” grita el pragmático mayor. El liquidacionista ya se dio por vencido, considera que no hay cambio posible y ha empezado a conciliar con el mundo del capital. El liquidacionista utiliza cada vez más al movimiento como instrumento en sus tratos con el capital, y grande es su rabia cuando el movimiento no acata sumiso. La preocupación de Chávez radicaba en que el liquidacionista abre los brazos a la restauración del capitalismo de la que nos alertó en su mensaje de despedida.
El reto que nos presentamos hoy los revolucionarios es el de la lucha por evitar la muerte de la participación, de la asamblea, de la organización popular, por el rescate del debate y de la praxis revolucionaria como unidad indisoluble de acción y reflexión. Una batalla que pasa ineludible por despertar a los camaradas que en su sueño funjen de liquidadores de la revolución, y a la vez señalar, aislar y combatir a los liquidacionistas que ya se han empezado a mostrar.
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